Todas las historias que se relatan tienen algo de
especial, sino no merecerían la pena ser contadas. Un “llevaba toda mi vida
esperando ese momento” o “el tiempo se detuvo” han revestido a menudo el clímax
de tantos personajes, protagonistas que convierten sus anécdotas en libros,
individuos que tienen algo que decir al mundo porque ese algo es especial,
distinto. Lo corriente no es del interés de nadie. Nadie espera escuchar la
historia de un tipo que se levanta, acude al trabajo y regresa a su casa a
encerrarse entre sus cuatro paredes. Nadie escribe sobre lo normal, lo llano.
Porque todos buscamos ese momento que llevábamos aguardando toda nuestra
vida, una vida que desperdiciamos mientras esperamos y dejamos pasar el resto
de momentos corrientes. ¿Quién establece lo normal, lo que es digno de contar y
lo que no? ¿Por qué lo normal resulta carente de interés, vacío?
La búsqueda de lo distinto ha sido tan generalizada
que, paradójicamente, se ha metamorfoseado en uniforme. Quizá para mí ahora lo
anecdótico sea ser una mujer corriente que acude a la universidad y toma café
entre un amasijo de libros. Y quizá para mí ese momento especial del día –que
otros buscan desesperadamente- se encuentre en el detalle casi imperceptible de
un rayo de sol que traspasa el cristal del autobús y me hace entrecerrar los
ojos, observando el mundo a través de un velo de pestañas.
"La búsqueda de lo distinto
se ha metamorfoseado en uniforme"
Vivimos en una sociedad teatralmente dramática que
anhela grandes historias y rechaza casi con xenofobia lo que ella denomina y
establece como “corriente”. Nadie escribe sobre las personas normales. No
interesan a la masa. Lo normal ha pasado a un segundo -¡y tercer!- plano. Pero
para mí no tiene nada de monótono, porque lo normal se despedaza en un conjunto
de pequeños detalles que sólo son apreciables para mentes sublimes. Como una
obra de arte, las mejores pinceladas son las que no se ven, o solo son captadas
por las pupilas de quienes alcanzan el placer excelso en lo imperceptible. Lo
corriente es mucho más especial que los algos que, curiosamente, nos pasamos
buscando toda nuestra vida. Son estallidos de ideas fugaces que componen
nuestra rutina, aglomerando las partículas individuales de lo complejo,
exclusivas para los que quieren ver y excluyentes de una multitud cegada que
rechaza esas pequeñas descargas de felicidad tras un intento fallido por
encontrar la suprema.
Las historias dignas de contar, aquellas donde
“el tiempo se paraliza”, han pasado a la historia. Se les acabó el amor de tanto usarlo. Llega la era de lo corriente,
de narrar las vicisitudes de aquel tipo normal que se levantaba, iba al trabajo
y se encerraba entre sus cuatro paredes. Y quizá ahora comencemos a darnos
cuenta de que aquel individuo tiene seis sonrisas diferentes, y que cambia el
tono de voz cuando le llaman por teléfono, o que sigue la misma ruta de siempre
porque escoger una senda nueva le desviaría de sus ensimismamientos mañaneros.
Detalles que, de tan corrientes, pasan desapercibidos y nadie se para a observar.
¿Y quién es quién para decidir que no tienen nada de especial? Unos tratan de
reinventar lo inventado; yo de rescatar la realidad absorbida de lo normal.
Andrea Mateos
@prepyus
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