Les voy a contar una
historia. Les voy a narrar la vida de unos seres que andaban encerrados en
burbujas…
Los hombres burbuja. Respiraban
su propio aire y consumían sus propias conversaciones, tenían la columna
curvada de tanto agacharse y los ojos siempre fijos en sus zapatos. ¡Egocéntrica soledad, qué
lástima de individuos! Nunca se relacionaban con otros, jamás apartaban sus
miradas de aquel punto fijo. No oían, no sentían, no veían. Escribían reírse
“jajaja”, pero sus caras estaban serias ante la caligrafía. ¡Curiosa gracia! Saludaban por mensajería instantánea:
-Hola, ¿qué
tal?
Escribiendo…
-Muy bien,
¿y tú?
Escribiendo…
-Bien. Me
alegro.
Y ahí se
terminaba el intercambio de pensamientos. Otros preferían profundizar más en la conversación, pero
siempre vía virtual. Caralibro decía que eran amigos, pero lo cierto es que ni
se saludaban cuando coincidían de forma física por la calle. ¡Cada uno estaba en su burbuja!
Los hombres
burbuja también tenían un código ético-social. Una de sus normas decía que no
era lo mismo despedirse con “un beso” a traducir ese mensaje con un emoticono de
beso. También decían que escribir a alguien, que se conectara y no contestara,
era motivo de enfado supremo. ¡Para nada esa persona podía estar ocupada en
otros quehaceres! Yo soy yo, aquí y ahora. Y existía otra norma fija para el
número de “jajás” posibles en una conversación: cero era de antipático y te
podían tachar de borde, y constantes era de persona desequilibrada. Pero ante
la duda, mejor poner de más que de menos. ¡Es lo que tiene que no se vea el tono con el que se habla! El jaja ya no es sinónimo de gracia, puede ser instrumento para contestar cuando no se sabe la respuesta e incluso para finiquitar una conversación. ¡Ojo con el uso masivo de los jajas! Algún día se harán con el mundo...
Una vez
logré comunicarme con un hombre burbuja, me dijo que le habían enviado una
solicitud de amistad. “¿Cómo es eso, hay que pedir permiso ahora para ser
amigos?”, pregunté. El hombre burbuja me miró sorprendido y asintió con
firmeza: “Claro. ¡Y ni quiera nos llevamos bien! Pero Caralibro dice que aquí
sí está permitido ser amigos.” Apunté aquello en mi libreta. Y… ¿quién co*****
era Caralibro que a todos tenía de súbditos?
Después
descubrí la importancia de los “me gusta” o de marcar favorito. Es como si
haces un comentario en voz alta y alguien te levanta el pulgar o te contesta “+1000”.
También me di cuenta de la relevancia de publicar lo que haces, comes o con
quién estás en cada momento. Cuanto más tiempo restes a la vida real, mejor...
pero te encanta compartirla por tus redes para que vean lo fabuloso que eres en
esa vida auténtica que no estás viviendo. ¿Qué hay de los "pasándomelo de lujo en esta súper fiesta"? Si de verdad te estuvieras divirtiendo, no estarías pendiente del móvil. Y si acompañas el tweet
de una autofoto, requetemejor. Tus followers te escribirán entonces lo guapa que estás y tú,
humildemente, contestarás “qué va”, en vez de un simple “gracias”. Creo que
está de moda subir fotos en las que “te ves horrible”, pero a todo el mundo le
encantan. Así, también es tendencia escribir el mal día que has pasado y,
cuando un alma caritativa te pregunte por tus males, responderás “no, nada”,
para al rato contarle por privado el mensaje que habías hecho público.
Todo esto me
enseñó el hombre burbuja, al cual le costó mucho despegar su cara de la
pantalla para conversar. Seguramente tú seas uno de ellos y te estés sintiendo
identificado –o no- con esta historia. Sólo te pido que, por favor, con burbuja
o sin ella, te pares un día, levantes los ojos y observes, converses, te rías
de verdad y disfrutes, en definitiva, de la vida que dejas pasar cada vez que
coges tu teclado.
Buenas y
reales tardes de una mujer burbuja ;)
Andrea Mateos
@prepyus
Excelente! Me he reído ;)
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