Te seduce su fachada, mucho más su letrero. Lo coges
entres tus manos y te susurra con voz muda. Ojeas y hojeas -¡ambas cosas a la
vez!- y no puedes evitar sucumbir a sus encantos. “Capítulo primero”… un nuevo
mundo lleno de sensaciones, de historias jamás vividas más que en sueños. Y así
es como te enamoras, existes, fantaseas, exploras, sucumbes, sacias, exprimes,
explotas. Dulce baño para una mente que se cala de discernimiento; deleitoso
aroma para un alma que se ahíta de sapiencia.
El olor de las páginas vetustas, el polvo acumulado
en sus esquinas, el placer de pasar las hojas con las yemas de los dedos… Y las
palabras se suceden unas a otras ante pupilas embriagadas de más conocimiento.
El libro en papel le echa un pulso al electrónico, pero este último arremete
con pujanza. Parece tarea ardua vencer en un campo de batalla que se rige por
leyes tácitas. ¡Sórdida tecnología!
Lo curioso de todo es que ambos, el virtual y el
físico, son hermanos que cuentan lo mismo, compañeros que narran idéntica
caligrafía. Pero vale más aquel en el que puedes tocar sus letras y su carcasa,
escribir una nota con lápiz a pie de página, dedicar o marcar con un beso,
sentir el aire que corre entre sus folios. La vida la marcan los pequeños
detalles porque son precisamente esos los que nos hacen sentir vivos.
Decía un antiguo proverbio hindú: “un libro abierto
es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que
perdona; destruido, un corazón que llora.” La lectura nos da conocimiento y el
pensamiento nos vuelve libres. Un libro es recuerdo, y el recuerdo es alimento
del alma.
(Texto publicado en: http://theobjective.com/blog/es/andrea-mateos/2014/09/27/libro-en-papel-alimento-del-alma)
Andrea Mateos
@prepyus
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