Una fotografía… un instante reducido en una imagen,
el tiempo paralizado con el objetivo. Una fotografía puede ser recuerdo, pero
de una forma parcial. Hasta ahora no se han inventado cámaras que emulen
sentimientos, que trasladen al corazón sensaciones que ya pasaron, haciéndolas
revivir con la misma intensidad que cuando sucedieron.
Una fotografía… y podrás observar los detalles que
la componen, su mirada… oh, sí, podrás observar su intensa mirada negra, pero
jamás podrás reflejarte en su pupila y zambullirte en la noche estrellada de
sus ojos azabache. Y su plumaje… podrás observarlo también, pero no podrás
escuchar el viento que corre entre sus alas o tocar y sentir su suavidad entre
tus dedos.
Una fotografía… tenemos la ahogante necesidad de
capturarlo todo, en cada momento. No nos fiamos de la memoria, mucho menos del
corazón. Y es entonces, cuando nos creemos poseedores de algo, cuando
desafiamos a la vida y le gritamos “¡eh, pasa todo lo deprisa que quieras, que
yo estoy paralizando el tiempo!”. Y realmente así ocurre, pero mientras ella
–la vida- pasa, nosotros la dejamos ir en un intento desesperado por
fotografiar de forma eterna la realidad fugaz.
Curioso el ser humano, siempre tan coleccionista.
¿Realmente necesitamos tomar imágenes de todo y a cada segundo? “Es para
recordar”, me dirás. “¿Y la memoria?”, te preguntaré. “No es lo mismo”,
contestarás.
No, no es lo mismo. Porque no es lo mismo vivir que
observar la vida que creíste vivir. Porque no es lo mismo observar el mundo
vivaz a través de tus propios ojos que desde el lado gris del objetivo. No es
lo mismo. Y no seas iluso. El tiempo corre, vuela, se desliza, se escurre,
salta, juguetea, viaja y, al igual que este búho, es imposible retenerlo. Con
nada, salvo viviendo.
Vive.
(Columna publicada en http://theobjective.com/blog/es/andrea-mateos/2014/11/29/la-retencion-del-tiempo)
Andrea Mateos
@prepyus
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