13 julio 2013

El club de los arrogantes intelectuales

El sujeto número 1 era un arrogante intelectual, igual que el número 2 y el número 3. Era un mundo lleno de peces gordos, falsas morsas que se llenaban la boca de palabras vacías. “Yo soy el subsecretario del vicepresidente del comité segundo de la organización…” ¿Y qué? ¿Qué clase de basura de puesto es ese? En el mundo sobran puestos absurdos, casi tantos como gilipollas. “Encantada, yo soy PrePyus”, me presentaba siempre. “PrePyus”, sin más, sin ninguna clase de parafernalia.
 
Trepaban  por conseguir una mota de polvo de algo que ellos llamaban puesto. Pisaban, mordían, empujaban… Y una vez llegaban a su cima, se limitaban únicamente a observar con extraño regocijo, desde lo alto, lo que habían conseguido, aunque esta altura escaseara más bien de altitud y hubiera sido a costa de todo. En verdad por lo que deberían matarse era por trabajar. Con usar solamente la mitad de la energía que habían empleado por adquirir el lugar que ocupaban era suficiente. Pero aquello, el trabajo, era el fin último de todo. Simplemente querían un nombre para poner en su tarjeta de contacto, aunque después no pensaran en hacer nada con su desaguada vida.
-Toma, ricura, llámame…
Y luego nunca les llamaba, pero a ellos les gustaba pensar que lo haría. Les hacía sentirse importantes, casi como si les tuvieras que estar agradecida. Se les hacía el culo pepsi-cola cada vez que daban su teléfono a ‘una ricura’ que, por otro lado,  nunca se lo había pedido. Desprendían arrogancia y emanaban un sudor soberbio. Con el tiempo acuñé el término ‘focaceo’. Eran focaceos que se reían, moviéndose todas las gorduras de su voluminoso cuerpo. Y les encantaba aplaudirse a sí mismos, igual que un amplio grupo de focas. De ahí el vocablo.
 
A lo largo de mi vida me he encontrado con muchos arrogantes intelectuales. Los había altos y delgados, bajitos y regordetes, jóvenes, maduros, de clase baja, pertenecientes a la élite… Pero para mí eran todos unos malditos obesos, unos obesos de vanidad que escupían aderezos sin llegar a decir realmente nada. Las personas son lo que es su intelecto. Pero intentar presumir de este no es más que una demostración de su carencia.  O al menos, un burdo experimento por envolverse de eminencia cognitiva ante una existencia figurada que les sabe insípida.
 
 
  
Andrea Mateos
@prepyus

1 comentario:

  1. Ay, qué pena... ¿escribes sabiendo que si no fuese por la 'ricura' no te habrían dado la tarjeta? Ni siquiera te habrían mirado.

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