04 diciembre 2014

La retención del tiempo


Una fotografía… un instante reducido en una imagen, el tiempo paralizado con el objetivo. Una fotografía puede ser recuerdo, pero de una forma parcial. Hasta ahora no se han inventado cámaras que emulen sentimientos, que trasladen al corazón sensaciones que ya pasaron, haciéndolas revivir con la misma intensidad que cuando sucedieron.

Una fotografía… y podrás observar los detalles que la componen, su mirada… oh, sí, podrás observar su intensa mirada negra, pero jamás podrás reflejarte en su pupila y zambullirte en la noche estrellada de sus ojos azabache. Y su plumaje… podrás observarlo también, pero no podrás escuchar el viento que corre entre sus alas o tocar y sentir su suavidad entre tus dedos.

Una fotografía… tenemos la ahogante necesidad de capturarlo todo, en cada momento. No nos fiamos de la memoria, mucho menos del corazón. Y es entonces, cuando nos creemos poseedores de algo, cuando desafiamos a la vida y le gritamos “¡eh, pasa todo lo deprisa que quieras, que yo estoy paralizando el tiempo!”. Y realmente así ocurre, pero mientras ella –la vida- pasa, nosotros la dejamos ir en un intento desesperado por fotografiar de forma eterna la realidad fugaz.

Curioso el ser humano, siempre tan coleccionista. ¿Realmente necesitamos tomar imágenes de todo y a cada segundo? “Es para recordar”, me dirás. “¿Y la memoria?”, te preguntaré. “No es lo mismo”, contestarás.

No, no es lo mismo. Porque no es lo mismo vivir que observar la vida que creíste vivir. Porque no es lo mismo observar el mundo vivaz a través de tus propios ojos que desde el lado gris del objetivo. No es lo mismo. Y no seas iluso. El tiempo corre, vuela, se desliza, se escurre, salta, juguetea, viaja y, al igual que este búho, es imposible retenerlo. Con nada, salvo viviendo.

Vive.

 



Andrea Mateos

@prepyus

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