08 marzo 2013

Eterna transición

Hace poco leí una entrevista realizada al filósofo Javier Gomá. Apuntaba que “el hombre moderno ha aprendido a no esperar de las instituciones políticas su salvación”, porque esperarla lleva a la frustración, y más en tiempos de crisis. Pero este no es el caso de España. Nos sentimos decepcionados de nuestros políticos, sí. Pero cuando alguien te decepciona es porque tenías puestas unas expectativas demasiado esperanzadoras en esa persona. Quizá tras cuarenta años de dictadura franquista la población vio en la democracia un mecanismo de salvación. Nada más lejos de la realidad. Resulta infantil solo pensarlo.



La crisis produce impotencia y los hombres necesitan personalizar esos sentimientos con nombres de políticos. Por supuesto tienen una responsabilidad mayor que la del resto del colectivo, pero no se puede poner nombre a una crisis económica de carácter global, no es razonable. Como diría Javier Gomá, “una sociedad madura pediría responsabilidad a los políticos, pero no se dejaría llevar por el histerismo social”, que es precisamente lo que está pasando actualmente en nuestro país. Está en manos de un político intentar mejorar la situación estatal, pero son los propios individuos los que tienen que procurarse su vida. Ningún político tiene el poder divino de poner solución a un problema mundial a golpe de varita. Y, citando al ex presidente estadounidense Lincoln, “tiene derecho a criticar quien tenga un corazón dispuesto a ayudar.” Porque tenemos el derecho y la obligación de pedir responsabilidades a quienes nos representan, pero sin obviar que somos nosotros mismos los que tenemos que asumir también una serie de compromisos, cotejando nuestros propios errores. A menudo tachamos de errores individuales a errores en cadena. Y no nos damos cuenta que los problemas estatales nos atañen a todos, por lo que somos todos los que debemos arrimar el hombro. Radicalizar no propone soluciones.

"Tiene derecho a criticar
quien tenga un corazón dispuesto a ayudar"

Por otra parte, a veces se nos olvida que los políticos no dejan de ser ciudadanos, son un reflejo de la sociedad del propio país que habitan, porque es la propia sociedad la que los ha engendrado. No están hechos de una pasta distinta a la del resto de los mortales, aunque más de uno se niegue a creerlo. Por eso mismo, reprenderlos debería implicar también hacer un propio examen de conciencia, porque no son entes aislados en un mundo ajeno, como si nos hubieran sido implantados de fuera. Todos somos objeto de crítica, las piezas imprescindibles de un engranaje que funcionan, por cierto, en un mismo conjunto.

"Los políticos no dejan de ser un reflejo
de la sociedad en la que viven"

España no solo está viviendo una crisis económica. A fin de cuentas basta con observar la historia para ver que el ciclo económico está caracterizado por una serie de movimientos de subida y de bajada, por otra parte, necesarios. No es una gráfica recta. Con esto estoy diciendo que siempre hay luz al final del túnel. Pero lo verdaderamente preocupante no es nuestra economía, sino la crisis de valores que estamos viviendo y de la que todos somos partícipes. La total falta de respeto, la constante búsqueda del beneficio propio o el inconcebible odio hacia el prójimo, quizá debido al complejo que arrastramos desde las dos Españas, forman parte característica de nuestra población, una población cobarde que se lava las manos antes los problemas, pues es más fácil culpabilizar a otro que asumir la culpa propia.

"No es tan preocupante la crisis económica
como la vigente crisis de valores"

El español es orgulloso, pero no está orgulloso de serlo. Sin embargo, el orgullo no entiende de ideologías. Porque España no es roja ni azul, es un país que, por su situación geográfica, se encuentra situada en un cruce de caminos que ha propiciado una gran diversidad cultural. Enriquezcámonos de eso. Pero siempre resulta más fácil “la ley del usted hizo”, una ley que se ha quedado anticuada, si me lo permiten. El español es un ser que a menudo vive del pasado desde el radicalismo, obviando una amplia gama moderada de matices que nos beneficiaría a todos en una convivencia pacífica.

"El español es orgulloso,
pero no está orgulloso de serlo"

Sin duda, no hemos pasado página. La Transición fue un período que, en teoría, marcó el fin de una época y el comienzo de otra. Y digo en teoría porque nosotros seguimos en ese pretérito capítulo, bebiendo de un rencor pasado mientras trazamos la línea divisoria que nos diferencia. Sin embargo, resulta curioso que a pesar de no haber superado una guerra civil, sí hayamos perdido los valores de antaño. Es curioso nuestro mecanismo selectivo, al solo quedarse con lo negativo.

"No hemos pasado página
al capítulo de la Transición"

Pero si observamos otros estados, Italia es un país más corrupto que el nuestro, o la presidencia francesa ha presentado peores escándalos que nuestra Corona. Por supuesto que no es escusa para conformarnos con lo que tenemos, pero la verdad es que ni Italia ni Francia se menosprecian. España parece disfrutar quejándose e infravalorándose. Pero el problema no es la democracia, ni la casta política, ni las autonomías, ni la monarquía, sino la mala gestión que se hace de todo ello. El problema radica en la propia sociedad. Y este es el espíritu que estamos contagiando a los jóvenes, que son el futuro. Porque nuestro futuro gobierno está ahora estudiando la ESO. ¿Cuánto más va a durar esta eterna transición democrática? Dejemos de caer en la exageración y el victimismo. Porque efectivamente, ‘SÍ SE PUEDE’, pero con consenso social. Nadie está en posesión de la verdad absoluta.

(Artículo publicado en: http://lanoticiaimparcial.com/eterna-transicion/)



Andrea Mateos
@prepyus

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